La edad de oro de las estaciones de ferrocarril fue, sin duda, los años finales del siglo XIX y los primeros del XX, con magníficos edificios dotados de espléndidas marquesinas de hierro forjado. Sin embargo, las décadas finales de la pasada centuria conocieron nuevas estaciones que destacaron por sus valores arquitectónicos en una época caracterizada por la monotonía y fealdad de la gran mayoría de ellas. Un ejemplo es la estación de Høje Tåstrup, en Dinamarca, cuya inauguración mereció la emisión de un sello conmemorativo del evento.
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